Un poema es un cubo de basura,
y el poe-mundo es un estercolero.
Cada poema expulsa de nosotros
la ruina, aquello que nos hiere,
lo que en una hoja escribimos,
en un papel cualquiera (un posa-vasos,
o higiénico, o una servilleta,
o en el reverso de una factura,
incluso en la palma de una mano).
Un poeta es un basurero:
recoge su propia mierda;
de lo que quiere desprenderse,
y la arroja en descampados,
o la oculta debajo de los muebles,
o la tira por la ventana,
o en madrugadas o en desiertas tardes,
o en albas prematuras.
Un poeta escribe su epitafio
por capítulos, en un relato sin fin,
y lo va depositando
en el país de los desechos,
donde habitan los demonios,
los duendes, las bacterias y los virus
(autóctonos desde siempre),
y también la muerte.
Los poetas son visionarios,
porque saben desprenderse
de la sangre coagulada,
de algún que otro espectro,
de la mala leche y del estrés
y otras lindezas depresivas.
El poeta rasca con su espátula
letras pegadas al mucílago
de sus sesos, y los vierte
sobre toda la podredumbre:
el poe-mundo.
Propaga el bien que anida en su alma:
amaneceres puros, vibrantes estrellas,
aguas cristalinas, voces celestiales...,
y se "vacía" de "amor";
o propaga el mal que habita en su corazón
y se arranca la angustia;
pero lo blanco y lo negro
se confunden en el iris mundano.
El poeta-poeta es sucio,
o es limpio y solo es poeta;
cuanto más sucio más poeta,
más defecaciones expele,
más poemas.
Ni el poeta ni el poeta-poeta
escriben poesía, porque la poesía
no se escribe, se respira,
se barrunta, se intuye, se olfatea;
mora en la rosa, en el dolor,
en los abrazos sinceros, en la luz
y sobre todo en el silencio.
Un poema tan solo es basura,
y la bazofia se tira
cuando la vida es un castigo.
poessía
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