La patria que me rodea nace desde lo que no me
rodea:
mi ser, el existir, esa naturaleza
es de descripción imposible, mucho menos con palabras.
La patria que me circunda es la casa donde habito,
la gata que me acompaña, los seres a quienes quiero,
la gente que veo a diario en el barrio donde vivo.
La patria que me permite pisar sus calles, su ciudad,
lugar donde me muevo, donde compro el pan y el vino,
donde paseo hacia los trenes (la estación), donde me tomo un café
y una cerveza a gusto y en familia.
La patria, en menor medida ya, en que puedo expandirme,
viajar en Metro, en autobús o en tren de cercanías;
la que me muestra la vida en todo su esplendor,
la miseria, la alegría, la juventud, la fiesta y el bullicio,
y a la humanidad urbana y cosmopolita, y el progreso
técnico y tecnológico, y por desgracia también
la globalización y el nuevo orden mundial: Madrid.
Reminiscencias de patria: allí me identifico
con su historia y su paisaje, la idiosincrasia de sus gentes,
y puedo comunicarme en español, y puedo comprender
el amor a una tierra, la que piso: España.
No es patria (un poco, en todo caso, por simpatía) Italia,
ni Palestina, ni Ecuador, ni México, ni Egipto,
ni Portugal, y mucho menos eso que llaman CE,
y muchísimo menos los nuevos proyectos mundiales,
sionistas y genocidas.
Lo que llamo patria no es mi patria, tan solo es un símbolo.
Todo son símbolos, un nombre, una bandera, el color de una camisa,
un himno, escribir un poema o una novela, la palabra hablada
(un insulto, los conceptos: solidaridad, rey, valor,
egoísmo, amor, libertad...). Nada es nuestro, todo
nos viene de fuera. Lo verdadero es la existencia,
pero decir que es nuestra supone redundancia.
La patria que me acoge es el silencio.
poessía
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