Hoy no escribimos sobre nada predeterminado. Escribir es pintar, y sobre todo es jugar, a colocar sobre líneas letras que forman palabras (estas, imitan ideas). Una idea es pereza y la escritura nos despereza, porque tira de nosotros, nos arranca con sutileza conceptos coordinados, nos dejamos llevar para construir oraciones más o menos complejas, que solemos leer más tarde para recolectar los frutos, que esperamos sean maduros. Hoy no escribimos sobre nada pensado de antemano. Escribir es una droga que no mata y no enferma, salvo que mueras de otra guisa, no física, y no intoxica ni duele ni te transforma en subhumano. Escribir es dialogar contigo mismo y tal vez sea por esta razón que se dice que el hombre es doblemente sabio, teniendo en cuenta que uno habla (el parlante) con otro (el escuchador) -si dos charlan al mismo tiempo, ninguno se entera de casi nada, o malinterpretan algo-. A nuestro modo de entender este asunto, solo habla en nosotros una inteligencia racional, y es la intuitiva la atenta y observadora, que no se compromete a nada, y sobre todo que no piensa: comprender esto es fundamental para saber de qué hablamos, en estos párrafos y en nuestra tesis continua.
En el mundo académico te enseñan, porque te exponen, métodos asentados, y otros que surgen y modifican con levedad los ya existentes, a estructurar nuestro pensamiento a partir de informaciones externas, desde tesis ajenas, fuentes oficiales y otras (oficiosas) mostradas fugazmente, de algún modo ignoradas, porque se hace referencia a ellas como hipótesis chocantes o increíbles... El universo intuitivo es muy distinto, escribes y no sabes por qué, una fuerza extraña atrae hacia sí tu mano y la coloca sobre el papel para que escribas. Las imágenes mentales asoman de suerte espontánea, no hay programación consciente, ni mecánica ni automática ni racional pura: hay inteligencia impensable o natural o intuitiva; es un empuje que abre puertas del almacén de la memoria (o subconsciente), pero más que nada ordena, inexplicablemente: aquí, se interpreta lo inconcebible como una mezcolanza de una dualidad, razón lógica-razón intuitiva, y es que una regula y otra se desentiende de argumentaciones: no las necesita porque equivale a otra cosa, a otra naturaleza o a otro tipo de conocimiento.
¿Qué tendría que ver todo esto con una crítica al transhumanismo?... Sencillo, se nos ocurren dos clases de programación de lo humano: lo sustancial y lo sustitutivo. Un ser transhumano sería una inventiva científica modificadora de lo síquico y lo físico; en cambio, un ser humano es naturalidad, amor, hijo de la naturaleza -al menos en parte, en el supuesto caso de haber sido intervenido genéticamente por los célebres y literarios dioses-, sentido del humor e infinitas esencias; entre ellas, las que se te ocurran, desconocido lector... ¿A quién le agrada ser atendido, en una llamada telefónica, por un contestador automático?
"Al mal sistema buen humor"
(1) En minúsculas por la poca importancia que tiene desde un punto de vista humano.
Imagen: pixabay
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