Qué sabe nadie de nuestro sufrimiento. No saben pero bien lo causan.
Echan tanta leña al fuego. Por qué tenemos que vivir conforme a sus reglas. El
chico merecía que le dejara la bici en condiciones. No es como los otros. Se le
nota en la mirada, en la actitud. No me ve como el pobre hombre que dicen los
demás que soy. Si este chico estuviera aquí todo el año probablemente sería de
la misma ralea. No sé. Es difícil saber si uno es como es por su propia
naturaleza o por el influjo de los demás. Me pregunto si se acordará de mí
cuando se vaya. Si me cae bien no es por su familia. Ni su familia ni las demás
del barrio son justas conmigo. Pusilánime: eso es lo que me llaman. El chaval
no. Él es tan diferente. Está siempre pendiente de mis palabras. Observa los trabajos
que hago. El otro día me dijo que podía enseñarle a arreglar bicicletas. Le
contesté que este oficio no lleva a ninguna parte. Él no se mete en mi vida. Me
habla de la ciudad de donde viene a pasar todos los veranos. Una ciudad del sur
de la que yo no había oído hablar mucho. Allí son otros aires. Puede que haya
de todo, pero tanta hipocresía como aquí lo dudo. Cuánto oprobio, disimulado
con parabienes falsos y acompañado de sonrisas y chanzas, hemos tenido que
aguantar. Qué saben ellos de lo que mi hermana y yo hemos padecido. Ser
diferentes no estuvo bien visto nunca. Tener que aparentar y vivir una vida en
secreto es duro. No se hacen idea. Ser consecuentes con nuestro fuero íntimo ha
sido también nuestra condena. ¿Se podrá llegar a vivir alguna vez como uno
quiera? Tanto ocultar nuestras creencias sobre la vida y sobre los sentimientos
pesa demasiado. Esta tensión entre preservar nuestra intimidad y tener que
mostrar por ahí otra cara desquicia. A mí se me da mejor; a ella no. Cuesta
dejar a salvo la creencia más profunda: la de la atracción, la del deseo.
Nuestra supervivencia hubiera sido más cómoda si no hubiera ocurrido lo del
hijo. Desde que mi hermana tuvo el niño y a continuación dejó de tenerlo todo
ha sido tormento. El niño que ambos deseamos pero que era imposible reconocer.
Qué saben todas las familias de por aquí. Ella no pudo con la presión. Se aisló
para protegerse de los demás pero no pudo hacerlo de sí misma. Luego las
habladurías. Es fácil llamar loco a alguien. No te adaptas a lo estipulado y
estás loco. Se admiten las rarezas si cumples sus preceptos. Si no lo haces,
los otros dan por hecho que has traspasado el margen de la cordura. Como si
ellos pudieran hablar en voz alta. Pueden porque mandan, no porque les asista
la razón. Dicen que ha desaparecido. Mi hermana dejó de estar hace mucho
tiempo. Su mente la secuestró. Su alma la devoró en la oscuridad. Para la
autoridad y los vecinos es ausencia. Que lo sigan creyendo.
la dame au chien
(con el permiso de la autoría)
2 comentarios:
Gracias por reproducir. Celebro que os haya gustado.
Un abrazo.
No hay de qué, ha sido un placer la lectura. Esperamos insertar en un futuro próximo un nuevo relato vuestro. Un cordial saludo
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