Amelia Noguera: una mujer inteligente, estudiosa, buena persona (lo decimos con conocimiento de causa), y con talento para escribir novela, pero te remitimos al enlace que viene al final, para que entres y leas parte tan solo de lo que en su sitio virtual se dice; mejor dicho, dicen de ella sus lectores, y ya os dejamos con sus palabras... Con su:
Aulas más humanas o Prométeme que serás delfín
Siempre me he preguntado por qué la palabra "humano" es sinónimo de bondad y de otros términos similares. Si el hombre, a pesar de los filósofos y de todas las teorías que lo niegan, es cruel por naturaleza. Si no es así, que alguien me explique por qué niños de tan solo 8 y 9 años, aparentemente "normales" y felices, insultan alegremente a uno de sus compañeros de clase de toda la vida, desde que no sabían ni leer, hasta obligarle a salir llorando del aula para evitar entrar en cólera y, dada su superioridad física, liarse a bofetones con todos ellos. Encima, probablemente, el castigado hubiera sido él.
No me siento capacitada ni preparada para analizar qué les pasa por la cabeza a esos niños para que actúen así. Pero, al fin y al cabo, son niños y su comportamiento puede deberse a decenas de razones. Creo.
El problema real está en qué les pasa a sus profesores para permitir que eso suceda en las aulas. ¿Qué será? ¿Será estrés? ¿Será dejadez? ¿Será ignorancia? ¿Será incapacidad? ¿Será que no ven? ¿Será que no oyen? ¿Qué es? ¿Será que su obligación es cuidar solo de los niños "normales"? (Y con esto solo quiero decir que, mientras están en el colegio, en efecto, están a su cuidado). ¿Qué les pasa? Porque su humanidad debería servir como motivación suficiente para que, si un profesor viera a un niño con las rodillas desolladas porque se ha caído, como otras tantas mil veces dado que, a pesar de su cuerpo de niño grande, su psicomotricidad es la de un niño de cinco años, como poco le aplicara un poco de Betadine en la herida sangrante. Nada más. Solo Betadine. Y simplemente por humanidad. No por profesionalidad, ni por obligación. Por humanidad. Porque se supone que la humanidad nos lleva a realizar esos gestos de compasión. Y si encima eres profesora de religión, ya ni te cuento. Y lo mismo digo si eres tutor de un niño hiperactivo y observas que sus compañeros se ríen de él. Por humanidad, yo al menos, intentaría ayudarle.
Sé que es fácil ver las cosas desde fuera. Muy fácil. Soy madre. No soy profesora. Y es fácil criticar sin estar dentro de las aulas. Esos niños diferentes por tantas razones, los que sufren situaciones difíciles en sus casas, los que han nacido distintos, los que tienen minusvalías o, simplemente, los que no son como los demás sin saber por qué, dificultan mucho la ya difícil labor del profesor e, incluso, a veces, molestan y perturban a sus compañeros. Es imposible dar clase. Pero yo me pregunto: ¿qué debemos hacer con ellos? ¿Los metemos en un barco y los llevamos a una isla desierta? ¿Los desterramos al país de al lado? ¿Los mandamos a la guerra? ¿Los matamos directamente y santas pascuas?
Al profesor que le toque un alumno de este tipo, todos deberíamos estarle muy agradecidos cuando, gracias a su profesionalidad, a su tesón, a su cariño; gracias a su trabajo duro y a su colaboración con la familia; gracias a su humanidad; el niño diferente consigue poco a poco ir superando los cursos, aprender a controlarse, superarse así mismo. Cuando consigue, gracias a la imprescindible ayuda y a la empatía de su profesor, integrarse en un sistema y en una sociedad que no piensan en él. Que le han abandonado. Pero, por desgracia para todos, de estos profesores hay muy pocos. Millones de gracias, Silvia.
Y para eso, para dar las gracias a profesoras como ella y para tirar de las orejas a otras que no lo son tanto, mi siguiente novela tendrá como protagonista a una niña así, una niña que sufre el Trastorno de Déficit de Atención (TDA), se llama Sofía y va a un colegio público, parecido al de mis hijos. Una niña ficticia de un colegio ficticio en un mundo real. Probablemente tampoco conseguiré publicarla, pero algunas cosas, creo que ya lo he dicho en alguna ocasión, simplemente se hacen como terapia. Como forma de redención.
Y así comienza mi novela:
"India levanta la cabeza y me mira. Sus ojos son dos focos azules que lucen sobre un mar de sombras frías. Sonríe, casi siempre sonríe. Sonríe al día y a la mañana, a la luz y a la oscuridad, a los niños que la rechazan y a su hermano que la protege siempre como su tesoro más preciado. Ella es también mi tesoro y sé que es mágica, lo sé. No puedo explicar cómo, sólo lo sé. Sus ojos insisten en buscar mi alma hasta que la encuentran allí abajo, perdida, desorientada, cansada, angustiada por no haber sabido estar a la altura, a su altura, la que mi hija necesita para seguir adelante, para que sigamos todos. La miro y sé que ella ha visto ya mi interior. Me tranquilizo. Ella es maga.
--Mamá ¿no vas a darme la pastilla hoy? Empiezo a sentir el frío.
Jamás se me olvida, pero hoy ha pasado algo. Su padre se ha ido. No ha aguantado más. Y no soy capaz de sentir resentimiento. Lo busqué. Dejé de oír con él el viento. De sentirme amada, de sentirle a él. Y él se dio cuenta y yo también pero solo pude seguir existiendo en esta vida que dejó de ser mía hace tiempo. Justo ocho años mañana. Tengo que salir sin falta a comprar un regalo; ya no sé qué comprarla, lo tiene todo, se aburre de todo, lo quiere todo.
--Perdóname, cariño, ahora mismo te la traigo. No te levantes de la cama, todavía es temprano, puedes intentar dormir un poco más."
Nota años después
Y sí, se publicará, en marzo de 2016 estará en las librerías de manos de Random House Mondadori. Todo un lujo.
(editado aquí con el permiso de Amelia Noguera)
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