Sé que no tengo escapatoria, vendrás a por mí y acabarás conmigo, pero te espero, soy consciente de un final. No importa, si ha de ser así, así será. No me hallarás con los brazos abiertos, pero tampoco con los puños cerrados. No es posible saber cuándo aparecerás ante mí, tal vez mañana, o dentro de veinte años. Sirve de poco ser consciente de tu existencia diabólica, de tu manipulación continua, de tu gran inteligencia racional, o de tus carencias espirituales. Mejor dicho, de nada sirve. Te presentarás de improviso, o avisarás primero, o amenazarás previamente, y llegarás al fin, como un ejecutor, como un verdugo, como un asesino impune, como un robot, como un sirviente, como un impostor, como la maldad pura. Es igual, te espero, es una esperanza digna. Tal vez me vigilas de manera indirecta, por intermediación, o por conclusión futura en proceso automático. Dudo que sea por intuición. Un día vendrás, solo o acompañado, y aquí estaré, enfrascada en mis cosas, en mi mundo, en mi ingenuidad, en mi descuido, pero también en mi espera. Te daré un regalo no merecido por quien te envía, su alimento, su anhelo (su punto débil): también, mi temor, mi temblor, mi expresión de horror y mi dolor, físico y espiritual, pero en el último instante, en el último aliento, venceré, lo sabrás por una expresión dichosa y serena, propia del último que sonríe.
Bastets
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