Es
la respuesta que doy cuando alguien me para en un lugar público y me
reconoce como escritor. ¿Y cómo rayos consiguen
identificarme? Ni idea. Odio, detesto la fama. Ella no
supone ningún precio a pagar por ningún éxito, sino el impuesto
revolucionario que te intenta cobrar esta mafia de zascandiles del
mal llamado “mundo de la cultura”. O peor aún llamados, los
“intelectuales”. ¡Vaya cuadrilla de vagos!
Y
es que la fama del escritor es la peor. Peor aún que la de un actor
que se parapeta en un personaje con el que inevitablemente van a
identificar. Peor también que la de una modelo que mantiene virgen
su persona tras una imagen jpg. Peor incluso que la de un
futbolista de élite que en su foro interno e íntimo, al final del
día, se descojona de la situación de verse multimillonario por dar
patadas a la pelotita. La fama del escritor es de otra naturaleza: se
le reconoce por haber cometido la insensatez de extirparse las
vísceras para encuadernarlas en forma de libro. El escritor es un
carnicero que se descuartiza a sí mismo, pesa la chicha magra, y se
la entrega al editor que da a la manivela de la máquina para que
salga el chorizo. La literatura es un proceso así de desagradable.
El abuso y la exposición a la que se somete un escritor desgastan
más que el tute que se pegan los concursantes de Gran Hermano con
sus posteriores tours por la televisión. Quizás
para algunos la fama sea una forma de vida. Pero en lo que respecta a
un escritor, la fama es un cáncer. Los hay incluso que hicieron de
ese Cáncer, otra forma de vida, como las industrias farmacéuticas o
Michel Houellebecq.
Reivindico
el anonimato, en pleno S.XXI, como única vía de creación
artística. Como no sabemos quién pintó las Cuevas de Altamira,
como no sabemos el nombre de quien plantó los Toros de Guisando,
como no sabemos quién compuso La Tarara… el arte seguirá
abriéndose paso si el artista renuncia a sí mismo y a
esa cutre-matrix de la fama. Es una reivindicación
perdida, lo sé, dirán que no tiene sentido… pero me consta que la
guerra cultural que se libra consiste en un Big
Data monstruoso lleno de autores con sus derechos que
crece y avanza, contra unos pocos artesanos que siguen cumpliendo con
su deber y creyendo -qué ingenuos- que en el arte se oculta una
poderosa bomba atómica. Yo estoy en el bando de estos últimos. Soy
un creyente, así de contumaz, así de ingenuo.
(con el preceptivo permiso del autor)
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